viernes, 2 de marzo de 2018


AUTOBIOGRAFÍA de Rafael ZABALETA.

Trasunto del documento ológrafo:

Rafael Zabaleta, 1911.
“A los diez años de mi vida murió mi padre. Ya hacia algunos días padecía enfriamiento ocasionado por sus largas estancias en la fábrica de aceite de D. Juan Ramón respirando su atmósfera calurosa  empachada de aceite, orujo y vapor de agua, que con tan grato me era respirar, bien en los crudos días del invierno o en los días claros, cuando a sus trojes se unía el de los patios repletos de gente manipulando la aceituna. Toda la dependencia estaba impregnada de un color vinoso, y las relucientes maquinarias lubrificadas por el mismo producto, que elaboraban se movían con su ruido de poleas y toscos engranajes, acompañadas por las estridentes canciones de los operarios, (color de aceite) (siempre dispuestos a la broma con sus ropas). 


D. Juan Ramón desaparecía del pueblo largas temporadas, y cuando estaba en él, se instalaba, en su fabrica rodeado de papeles mugrientos, impresos, y escritos de aldeano en  tinta también del color de aceituna. Siempre le hacia compañía, en su habitación, atalaya y centro del edificio algunos señores, o cosecheros, y mi llegada fue recibida con cariño y algún regalo que otro, siendo el más de mi agrado las estampas de las cajas de  cerillas, sobre todo si eran de los “difíciles” por enriquecer en mi ensueño los personajes estampados en sus diminutas proporciones, y que se me figuraban que solo podían surgir de aquel señor y de aquel ambiente.

Rafael Zabaleta con sus padres, 1911.
Como antes decía mi padre pasaba largo tiempo en este lugar, y de él salió enfermo para morir. Este día estaba yo en la escuela por la tarde, cuando vi entrar en ella a Damián el criado de confianza y hablar con el maestro confidencialmente. Salimos juntos, dejando un murmullo como un presentimiento entre los compañeros, y sin hablar palabra nos dirigimos a la casa. Ya en ella, me introducen en el dormitorio de mi padre, que estaba al parecer mío como de costumbre, y después de besarme como si me fuera a dar un paseo, me sacaron, de la habitación en adelante vacía de mi presencia para siempre. Para evitarme los tristes días que se esperaban me llevaron a la finca de mis primos, y yo por el camino me alejaba del pueblo con angustia y temor, al mismo tiempo que una cierta confianza en las personas que yo sabia salvaguardaban mi vida, me comunicaba  una extraña alegría. Durante mi estancia en el campo, había días que alternaba la alegría que inundaba la naturaleza y la edad, con tremendos presentimientos, de que a la muerte, ya cierta de mi padre, había seguido  la  de mi madre, y cuando mis primos no sabían negar del todo la de mi padre, y no ponían grandes pruebas de la certeza de la vida de mi madre, sentía  inmensa alegría.

Rafael Zabaleta, 1916.
Por aquellos días pinté las primeras cosas al óleo. Fue emocionante recibir las lecciones preliminares de mi prima Carmen, y luego, tras de haber dibujado (de una estampa en una tablilla) la silueta de una ermita y unos niños, empezar a pintar embriagado por el olor del aguarrás de la novedad del material, de las mil sugestiones del sentimiento que me rodeaba, y del ensueño que surgía después del trabajo. Todavía  pincelados otros mas con las cubierta de casas, y el castillo de Tíscar  con su hermoso cielo azul, encumbrados los  trazos con mi pocillo de pintura roja y firmándolos en el ángulo inferior con  grandes letras.

La tarde del regreso me pusieron una ropilla de luto, y esa noche de mayo llegamos al pueblo ya de noche recibiéndome mi madre y la demás familia con tanto cariño y mimos que no eché de menos la presencia de mi padre.

Rafael Zabaleta, 1919.
Al día siguiente completamente vestido de negro me marché a jugar al jardín, cediéndome los amigos el lugar de honor en los juegos y colmándome de atenciones y protección. Todas estas circunstancias unidas a las que en general me proporcionaba mi orfandad llenaban mi vida de dulzura, y solamente la idea de la muerte con sus abismales ecos se apoderaba de mi cuando en los entierros y en los funerales de la iglesia las canciones en latín de los sacerdotes, junto con otras sugestiones como el olor del incienso y de la cera, los catafalcos con  calaveras y coronas de petunias pintadas con sus peculiares letras de papel dorado, el cambio de sonido de las campanas. Y en general la atmósfera de trascendencia de estos actos cobraba en mi tal intensidad la idea de la muerte, que al chocar con la falta de tristeza que por la edad nos ocasiona toda cosa natural, me producía el efecto de estar como en una antesala del cielo.

Poco después de la muerte de mi padre ingresé interno en un colegio de Jaén para estudiar el bachillerato. Me equiparon de ropa, utensilios, y libros para la nueva etapa de mi vida, que yo miraba con más temor que curiosidad y me llevaron a casa de un tío mío natural de Jaén que por entonces fue durante mucho tiempo secretario del gobernador y este me presentó y dejó instalado en el colegio. Me puse un guardapolvo gris, distinto a los normales, iniciando mi entrada con la cautela que un cazador avanza  por el bosque y gustándome el primer giro al nuevo comienzo de mi vida. Por instinto me hice amigo muy pronto de los mas afines en edad y temperamento y con ellos me dispuse al juego mas que al estudio. El colegio ocupaba un caserón enorme con sus grandes dormitorios y enfermería, sala de”…

Documento autógrafo a lápiz de R. Zabaleta.

Este manuscrito a lápiz de R. Zabaleta, formaba parte de un cuaderno, donde el artista estaba esbozando su autobiografía. Solo se conservan de aquel dos hojas numeradas, escritas por ambas caras, la 12 y la 13, en las que encontramos dos dibujos del pintor, razón por la cual las conservaron y han podido llegar a nuestras manos.


Un asombroso y feliz hallazgo¡¡¡


Una aproximación al texto.

Prudencio de la Riva y Riva llega a Quesada alrededor del año 1880, para abrir una tienda de tejidos (calle Nueva, 6), procedente de Ortigosa de Cameros (Logroño). Al necesitar de un dependiente y contable de confianza, se trae a su paisano Isidoro Zabaleta y Beatriz, un joven soltero experto en el oficio y en la gestión contable.

Su negocio prospera en este pueblo andaluz, un territorio con recursos y posibilidades empresariales. Debido a ello, invita a su hermano Juan Ramón a establecerse en él, un riojano de espíritu emprendedor, aunque un tanto déspota y de carácter agrio. Nada más llegar, se hará cargo de la almazara existente entre la “calle de los Muertos” (calle del Teatro) y la carretera de Huesa (calle Pedro Hidalgo), en “la curva del muro”. Así, aquel experto en “gestión administrativa y contable” ampliara su jornada, para trabajar en ambas empresas y con los dos hermanos.

Ubicación de la Almazara de Juan Ramón de la Riva. Plano de Quesada, 1896.
Juan Ramón de la Riva, viaja habitualmente para administrar sus propiedades y otros negocios que mantenía fuera del pueblo. Cuando sus quehaceres se lo permitían, volvía a Quesada para hospedarse en la única fonda que existía, la de Bonifacio Amador y su esposa “Ramoncica”, que se encontraba junto al Ayuntamiento (fonda que con el tiempo, pasará a denominarse “La Moderna”). En los bajos de esta existía el “Casino Chico”, donde el empresario hacia su vida sentado al brasero, en tertulia con sus amigos. La almazara funcionaba a pleno rendimiento y le reportó durante años sus buenos beneficios. Y nos consta, que Juan Ramón de la Riva se dió de baja como vecino de Quesada, en diciembre de 1931.

Acuarela de R. Zabaleta, "Escena de corrales"?, 1952 (32 x 45'5). Vista de la almazara de "La curva", desde las oficinas.
Isidoro Zabaleta prospera en el pueblo y ya como propietario, a los 53 años se casa (23 de mayo de 1906) con Francisca Fuentes García, de 42 años de edad, perteneciente a una familia acomodada de la “más alta jerarquía social” de Quesada. Con anterioridad se había casado con las dos hermanas mayores de su actual esposa, sin haber tenido descendencia. De este, su tercer matrimonio, tendrá un hijo único, Rafael.

Rafael Zabaleta queda huérfano de padre a los diez años (27-II-1918), y su madre, decide su traslado a Jaén para cursar el bachiller (1918-1924), interno en el Colegio de Sto. Tomas (antigua casa del Conde de Torralva). Institución de educación muy esmerada, utilizada por la pequeña burguesía agrícola de la provincia.


La almazara a mediados de los años 60, ya con la nueva denominación. En la parte superior derecha, se puede apreciar la puerta de entrada a las oficinas.
P. D: Aquella almazara de Juan Ramón de la Riva, a partir del año 1954, se denominará “Fabrica de Aceite La Bética Aceitera”.


Miguel A. Rodríguez Tirado



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