MUCHACHA CON UN GATO, 1958.
Heródoto de Halicarnaso (484-425 a. C.), geógrafo y padre de la historia en el mundo occidental, visitó la ciudad egipcia de la diosa Bastet, Bubastis, ubicada en el delta del río Nilo. En el libro II de su “Historiae” (“Los nueve libros de la historia”) nos describe entre alabanzas su hermoso templo y las suntuosas fiestas dedicadas a esta deidad con cabeza de gato.
“Cuando en una casa perece un gato de muerte natural, todos sus inquilinos se afeitaban las cejas (en señal de duelo)… los gatos muertos se llevan a un lugar sagrado donde son embalsamados y sepultados en la ciudad de Bubastis”… “Si alguien mata voluntariamente a uno de estos animales es condenado a muerte y si lo hace involuntariamente, paga una multa que fijan en cada caso los sacerdotes...” (Libro II, cap. 66-67).
El gato doméstico (Felis sylvestris catus) también llamado coloquialmente minino, michino, michi, micho, mizo, mise, miz, morroño o morrongo, al que los egipcios nombraban con la onomatopeya «miu», es un mamífero carnívoro de la familia de los Félidos. Junto con el perro, el animal de compañía por excelencia.
Mascota doméstica, asociada con la protección de la casa y los silos de grano, pequeño depredador de todo tipo de roedores y serpientes, con lo que evitaba la propagación de enfermedades, en especial de la peste.
El gato se comunica a través de sonoras vocalizaciones, siendo las más características el maullido y el ronroneo, pero puede marrullar, gemir, gruñir y bufar. Además, adopta poses y expresiones que informan a sus congéneres, sus enemigos o cuidadores, de su estado anímico y sus intenciones.
El gato representa la gracia, la dulzura, el sigilo y la indolencia; sin perder su instinto animal.
Zabaleta y los gatos
La casa de Zabaleta (C/ Ramón y Cajal, 2) de Quesada, extrañamente carecía de gatera, al menos en su última época. Esta era un pequeño agujero que comunicaba permanentemente la casa con la calle, lo que facilitaba el tránsito de entrada y salida de los felinos, incluso estando las puertas y las cancelas de la casa cerradas; aunque este pasadizo, también era aprovechado por los enamorados que “pelaban la pava” por aquellos tiempos, evitando así la apertura de ventanas donde celebrar este singular cortejo.
De la relación de Zabaleta con los gatos, nos cuenta su amigo el profesor y escritor D. Juan Pasquau:“Cuando fui a verle en vida habitaba una de esas casas, tan características de los pueblos, de poca apariencia externa, pero de interiores complicados y espaciosos. Me llamaron la atención los gatos que en la casa de Zabaleta pululaban por todas partes. Enigmáticos gatos lucios y displicentes en el descanso de la escalera, en el portal, en la salita y hasta en la misma habitación-estudio del artista. Le pregunté si significaban algo en su obra y me respondió que nada; que estaban allí por afición del "ama" (Eulogia) que dirigía los menesteres domésticos de la casa. Zabaleta, soltero y solitario, no era muy conversador, pero recargaba vivaz el acento de cada palabra.” 1
De hecho, en la casa de enfrente (C/ Ramón y Cajal, 1) donde vivía su tía Pepa (Josefa Aguilera García) los gatos también campaban a sus anchas, e incluso compartían territorio con los de la casa de Zabaleta. El cariño de ella hacia estos mininos lo reflejará el pintor en el “Retrato de mi tía” (92x73) de 1943; un óleo de gran verismo que la representa sentada en un sillón ante una mesa camilla, junto al balcón abierto de la primera planta de su casa, delante de una pared cubierta de un típico papel pintado de la época; y en su regazo descansa un adormecido gato, debido a las caricias que le dispensa.
El repertorio iconográfico felino de Rafael Zabaleta lo integran once óleos; en tres de ellos, en un ambiente nocturno, son las únicas figuras representadas: “Los gatos y la luna” (61x50) de 1954 y los “Nocturno de los gatos” (100x81) de 1956 y 1958; en cuatro, su presencia es significativa: “Retrato de mi tía” (92x73) de 1943,“Vieja con un gato” (100x81) de 1953, “Muchacha con un gato” (100x81) de 1958 y “Pareja de viejos” (100x81) de 1959; en los cuatro últimos su protagonismo es poco significativo: “El cortijo” (65x81) de 1947, “Vieja aldeana” (100x81) de 1948, “Barrio de Almería” (100x81) de 1958 y “Purullena” (130x97) de 1958. La serie se completa con dos excelentes dibujos a tinta china negra: “Vieja con un gato” (100x71) y “Gatos en la noche” (100x71).
Sobresalen por su protagonismo gatuno y escenografía nocturna, los dos “Nocturno de los gatos” y “Los gatos y la luna”, de este último no hemos encontrado reproducción alguna, tras su venta a un coleccionista bilbaíno por 5.000 pts. en la exposición del Museo del Parque de Bilbao, de 1955.
Nos centraremos en los dos primeros, que Zabaleta anota en su catalogación ológrafa con el mismo nombre, aunque anotados en diferentes años: 1956 y 1958. En ambos, la presencia expectante de los gatos sobre los tejados y aleros, enigmáticos y abstraídos en un ambiente nocturno, dan paso a un paisaje serrano, coronado por un celaje plagado de pequeñas nubes blancas que dan profundidad a la escena, que se ve inundada por la luminosidad que despide el disco lunar. El negro grafismo que perfila sus anatomías y los juegos de luces y sombras de su pelaje, adquiere un gran protagonismo en la obra. Una paleta de color de gama fría inunda de azules la tela, que contrastan puntualmente con los amarillos y blancos que iluminan y dan vida al lienzo.
La escenografía del óleo de 1956 la resuelve el pintor con dos composiciones independientes, dos tejados y dos gatos ante un bien resuelto paisaje nocturno. Los de arriba, prestos a deleitarnos con aquel precioso y popular “Duo de los gatos” (Duetto buffo di due gatti) para dos sopranos de 1825 (mal atribuido a Rossini), que esperamos irrumpa en cualquier momento en la escena. Los dos felinos de la parte inferior, más nos rememorarán aquellos otros agresivos gatos devorando un pájaro de Picasso (1939); nada que ver con “Mitsou”, el omnipresente gato de las eróticas obras de Balthus.
El “Nocturno de los gatos” de 1958, podría representar la síntesis plástica de aquel poema épico burlesco de Lope de Vega, “La gatomaquia” (1634); un triángulo amoroso gatuno de trágico final. Dos gatos macho: Marramaquiz y Micifuf, que luchan por el amor de una “Helena de Troya”, la bella Zapaquilda.
“Muchacha con un gato”
Zabaleta nos presenta este impresionante óleo, “Muchacha con un gato”, como una instantánea fotográfica, una escena congelada en el tiempo, estática, latente, de una expresiva monumentalidad totémica. Una excepcional y elegante obra, de un marcado equilibrio y armonía en cuanto a su composición, color y juego de luces y sombras.
El espacio pictórico lo resuelve en tres planos espaciales que dan profundidad y luz al motivo principal, una muchacha de precisas y rotundas formas que se traslucen bajo un vaporoso vestido, con la vitalidad exuberante de una venus rural.
Una joven sentada en una rústica silla de madera y anea, hierática, silente, inexpresiva, con las piernas cruzadas, con un expectante gato “esfinge” que se yergue sobre su rodilla derecha. Ambas en posición frontal, mirando fijamente al observador.
No pinta un retrato, es una mujer común que con su presencia marca el arquetipo; uno de esos arquetipos atemporales zabaletianos que nos presenta en sus obras: el campesino, el segador, la maternidad… y sus mujeres.
Como es habitual en Zabaleta, las figuras y objetos que componen sus obras carecen de ese “nimbo” que las relacione y asocie entre sí. Nada que ver con la expresividad y dulzura del óleo de Renoir, “Mujer con gato” de 1875. Aunque ese distanciamiento queda obviado por el sutil contacto de los dedos de la muchacha, que acarician delicadamente la pata y cola del gato.
Así mismo, la joven pierde su rigidez y el hieratismo, al dotarle de movimiento la posición de sus brazos, en especial el izquierdo que se posa relajado sobre el respaldo de la silla, forzando la rotación de las caderas debido a las piernas cruzadas de ella.
La escena queda enmarcada por el ventanal y los postigos de este. Un interior de paredes azuladas con un zócalo cobalto, que se deja entrever tras las oscuras puertas de verde y tierras. Sobre el suelo ajedrezado se marcan las sombras que se diluyen con la marcada luminosidad entrante del día.
El paisaje, de tremenda profundidad y delicado juego cromático perfila las figuras, para marcarnos las distancias espaciales entre sus elementos, incorporándose plenamente a la escena. Sobresale la casa-cortijo, rodeada de tierras de labranza que se pierden en un horizonte de colinas, que dejan paso a lo lejos, a unas montañas de argenta, que soportan un rosado celaje plagado de blancas nubes, entre las que se abre paso un amarillo y perfilado disco solar.
La estructura arquitectónica de la obra se basa en un esquemático y contundente dibujo de craso trazo que contornea y limita, a modo de emplomado de vidriera, los volúmenes y las sombras de las figuras, en fuerte contraste con el ligero y delicado paisaje de claras tonalidades.
Dibujo que soporta un variado colorido fauvista, menos puro que en otros óleos de esta época, donde encontramos múltiples y variadas superficies cromáticas, en algunos casos complementarias, con un marcado trío armónico en el paisaje.
Colores puros y tintas planas, a los que superpone una tras otra pincelada en distinto tono, para buscar una textura o el estampado de la traslúcida tela.
Un lienzo rebosante de luz y equilibrio, donde los blancos del cortijo los replica en las zapatillas de ella, el gris de las montañas en el pelaje del gato y los pálidos rosas del celaje en las sombras que se proyectan sobre el ajedrezado suelo de la habitación.
Este óleo lo podemos catalogar dentro de un expresionismo poscubista con matices fauvistas; una obra con un amplio recorrido expositivo, que se encuentra en la actualidad en la Colección de la Fundación del pintor José Beulas y su esposa María Sarrate, ubicada en el Centro de Arte y Naturaleza (CDAN) de Huesca.
1 Juan Pasquau Guerrero, “Zabaleta en su museo”. Artículo publicado en el diario ABC Madrid, 23 de febrero de 1966. (pág. 29). Texto reproducido por Adela Tarifa Fernández, en “El humanismo ubetense. Juan Pasquau Guerrero y su época”. Diputación de Jaén, Instituto de Estudios Giennenses. Jaén, 2011 (págs. 376-377).
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