jueves, 23 de marzo de 2017


EL PINTOR”. Cesáreo Rodríguez-Aguilera.

Rafael Zabaleta, 1908-1909.
El día 6 de noviembre de 1907, a las 14 horas, nació en Quesada, provincia de Jaén, según consta en el  acta correspondiente del Registro Civil, el pintor Zabaleta, a quien se le impusieron los nombres de Rafael, Antonio, Francisco, Severo, Salvador. Hijo de don Isidoro Zabaleta y Beatriz, natural de Logroño, de 54 años de edad, de profesión propietario, y de doña María Juliana Fuentes García, de 44 años de edad: nieto, por línea paterna, de don Ramón Zabaleta y Zabala, y de doña Lorenza  Beatriz e Isa, naturales de Elgoibar (Vizcaya), y por línea materna de don Antonio Fuentes Jurado, natural de Peal de Becerro, y de doña Juliana Monterreal, Natural de Quesada. La ficha oficial tiene interés para determinar la personalidad de aquel hombre, pequeño, calvo, de piel rosada y ojos azules, que, en opinión del critico español más significativo de nuestro tiempo (Eugenio d`Ors), consumo una revolución decisiva en la pintura española. El día 24 de junio, a las 4,30 de la tarde, cuando aun no había cumplido los 53 años, fallecía en su pueblo natal de Quesada, a consecuencia de un ataque al corazón (infarto de miocardio), que el 11 de febrero de aquel año se le produjo en Almería.


Familia. – El  padre de Zabaleta llegó a Quesada como dependiente de comercio. El día 28 de febrero de 1884, a los 31 años de edad, contraía matrimonio con la señorita quesadeña de 25 años, doña Francisca Fuentes y García, hermana del médico don Antonio, miembro de una acomodada familia, perteneciente,  por derecho propio, al mas alto grado de jerarquía social quesadeña. Poco después de celebrado el matrimonio,  fallece la esposa, y don Isidoro Zabaleta, joven, viudo y sin hijos, contrae nuevo matrimonio con la hermana de su primera mujer, doña María de Tiscar, el día 9 de diciembre  de 1888. Don Isidoro cuenta entonces 35 años; la nueva esposa 23. Más de nuevo don Isidoro queda viudo y sin hijos. Una tercera hermana queda en la casa, doña María Juliana, además del soltero don Antonio, y con ella contrae su tercero y ultimo matrimonio, don Isidoro Zabaleta, el día 23 de mayo de 1906.

Quesada a principios del siglo XX. Fotografía de Juan de Mata Carriazo y Arroquia.
Entre el segundo y tercer matrimonio han ocurrido muchos e interesantes acontecimientos en España. Se han perdido las últimas colonias y el mundo ha entrado en un nuevo siglo. Una poderosa revolución industrial tiene lugar en Europa y en algunos lugares de España. En Quesada apenas se sabe nada de esta transformación, como no sea en sentido negativo, puesto que los talleres artesanos, los telares, las fábricas de vidrio, van desapareciendo ante la poderosa competencia industrial. Se vive en el pueblo un momento de esplendor y de crisis del más alto estamento social, cuyo reflejo puede verse, con caracteres asombrosos, en las novelas  “Villavieja· y “La Romería”, de Ciges Aparicio.

Rafael Zabaleta en el patio interior de su casa de Quesada, con su madre y Eulogia.
Don Isidoro Zabaleta, ya es un quesadeño más, aunque conserve alguno de los aspectos de su estilo de vida de hombre del norte, ha subido notablemente en los estamentos sociales del pueblo. Si en las actas de sus dos primeros matrimonios aparece como comerciante de profesión, en la última figura como propietario, título hoy sin concreto significado específico, pero entonces en Quesada bien expresivo de la máxima jerarquía social. De este tercer matrimonio. Don Isidoro tiene un único hijo: nuestro hombre, Rafael Zabaleta Fuentes.

Infancia y juventud. – La infancia de este hijo de matrimonio maduro, que se desarrolla sin demasiada salud, transcurre entre mimos y atenciones de toda clase. Huérfano de padre a los siete años y de madre a los veintitrés, vive junto a una tía suya, rodeado de servidores, aunque con la austeridad, la sencillez y la rusticidad propias de la vida de un pueblo español de costumbres agrícolas y medievales. Buena parte de esta infancia le evocará posteriormente como consecuencia de su interés por los estudios  de subconsciente y el sicoanálisis. Su pasión por la pintura le nace desde niño. Sabedor  de que los grandes maestros pintaban sobre tela, logra retazos de sábana y sobre ellos, con unas elementales pinturas a la acuarela, reproduce cuadros de nuestros pintores clásicos, en la dicción infantil propia de su edad, que aún se conservan. Como estudiante fue poco aplicado, aunque cursó el bachillerato, como alumno interno, en el Colegio Santo Tomás de Jaén. Su pasión por la pintura no alarma a la familia, ya que, dueño de un importante patrimonio agrícola, puede permitirse el lujo de tan caprichosa vocación.
Juana Teruel y María Navarrete, al "servicio" de la casa de Zabaleta.
Desde muy joven, se ve obligado a participar en las labores propias de la administración  de sus fincas, Zabaleta las visita frecuentemente, acompañado de sus empleados y amigos. Se relaciona con los señores de su clase, por lo común mayores que él, y participa con ellos en una pasión que constituye, aparte de la pintura, el objeto casi exclusivo de sus actividades de entonces: la caza. Tanto en invierno como en verano organiza excursiones y cacerías a la sierra de Quesada, toma contacto directo y constante con aquella naturaleza y con la vida campesina. Aquella tierra y aquellos hombres van a convertirse en el tema  más hondamente sentido de su pintura. El otro elemento esencial será la cultura moderna, adquirida junto a sus amigos, compañeros de la escuela de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, donde cursa sus estudios a partir de 1924. Nace así un contraste cuya armonía constituye una de las claves esenciales de la pintura  de Zabaleta.

Rafael Zabaleta con sus compañeros de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.
Profundamente arraigado en el campo andaluz, en las gentes de su tierra, en los usos y austeridades de aquel pueblo, Zabaleta es, al mismo tiempo, un penetrante conocedor del arte de nuestro tiempo y de muchos aspectos de su cultura. Zabaleta lee con avidez y selecciona sus libros con rigor, hasta el punto de destruir  aquellos que no considera de calidad, ya que uno de sus propósitos – en cierto modo logrado – es disponer de una reducida y selecta biblioteca. Con obras literarias  y científicas  de la más diversa índole, Zabaleta sueña desde su rincón de Quesada con muchas de las conquistas del arte y de la cultura europea contemporánea. Surge así una doble inmanencia en Zabaleta; y de tal modo aparece entregado a esta dualidad que tan real le parece el París vislumbrando desde Quesada, como los relatos mágicos de apariciones o curandérias que, con frecuencia, escucha o contempla en su pueblo.

"Retrato de mi tía", Mª Josefa Aguilera García, 1943 (92 x 73).
Estudios en Madrid. – Vive en Madrid los años de efervescencia intelectual de la Dictadura de Primo de Rivera. Asiste a la tertulia del café Pombo, donde Ramón Gómez de la Serna pontifica; conoce a Federico García Lorca, de quien le asombra su conversación apasionada; se sorprende ante una fugaz visita a Ortega y Gasset. Observa todo este mundo a distancia y con silencioso respeto. Sus lecturas le llevan a los clásicos, a los hombres del 98, a Antonio Manchado y a Miguel Hernández, a los poetas surrealistas franceses, a los textos literarios de los pintores contemporáneos, a alguna de las obras de Freud que lee con singular delectación. “Los Cantos de Maldoror”, “Opium”, “El gran Maulnes”, “A la sombra de las muchachas en flor” y algunos otros, se convierten en los libros clave de su formación juvenil.

En 1932 participa, como alumno, en la exposición de fin de carrera de los diplomados de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Presenta dos cuadros, uno de ellos titulado “La pareja”, que reproduce “Blanco y Negro”, a media página, con un breve pero alentador elogio a Manuel Abril. “Rafael Zabaleta, dice, aunque tendiendo a la caricatura, ofrece en el color y en la materia – sobre todo en el cuadro “La pareja” – cualidades importantes dignas  de ser tomadas en serio. Pero este mismo camino hicieron Lautrec y Degás obras admirables”. La obra se conserva y constituye una excelente referencia para el estudio de su obra posterior. Se advierte  en ella el empleo desenfadado y maduro de la libertad del arte de nuestro tiempo y una asimilación muy personal de algunas de las realizaciones que por entonces más le habían sorprendido. Entre ellas cabe destacar, además de las indicadas por el crítico, las de Picasso, Soutine, Derain.

"La pareja", 1932 (52 x 65).
Primer viaje a París. – Aunque lento en sus decisiones el ansia de investigación y conocimiento de la pintura contemporánea, le lleva a París  en 1934. Su estancia en París fueron cuatro semanas de paseo solitario, salvo algún fugaz contacto con pintores españoles allí residentes. La impresión recibida fue para él de gran importancia. Allí estaban los grandes maestros del arte que él admiraba; allí estaban los museos donde podía contemplar la obra a cuya sombra se había formado; allí estaba  la inteligencia y la libertad cultural. Zabaleta no hablaba francés. El recorrido por los museos, por los monumentos, por los bulevares, por los modestos restaurantes, fue emocionante y silencioso; cosas y lugares que formaban parte de su mundo intelectual, a través de páginas ávidamente examinadas de libros y revistas, las tenía allí al alcance de la mano. París y Quesada, lo culto y lo popular, los dos polos de su pasión y de su formación. El pueblo de Quesada conocido de manera directa, vivido íntimamente, formando parte de su ser más próximo; París como elucubración mental, como aspiración paradisíaca de un mundo cultural admirado devotamente. Ahora él estaba en París.
Apunte de París: "Arco del Triunfo".
La guerra civil. – Poco después se produce un acontecimiento que afecta de manera profunda a todos los hombres de su generación y que para Zabaleta, fue sin duda, el acontecimiento más trascendental de su vida: la guerra civil española, de 1936 a 1939. El 18 de julio de 1936, Zabaleta se encontraba en Quesada. Miembro de la clase social derrotada en aquel pueblo, salvó los primeros días de la revolución por no haber sido propietario agrícola agresivo y, sobre todo, por su inhibición en materia política local. Los hombres del campo de Quesada, que acabarían siendo  los protagonistas principales de su obra, eran entonces los protagonistas de la vida social y política de aquel pueblo que llegó a gobernarse de manera casi autárquica.

Rafael Zabaleta, con uniforme militar.
Zabaleta fue privado de sus propiedades agrícolas, único medio de su sustento, ya que la pintura, hasta entonces, ningún beneficio económico le había producido. Con  una bolsa de monedas de oro, que se tía Pepa guardaba amorosamente, pudo sobrevivir los primeros días de la revolución. Durante la guerra fue nombrado conservador del Tesoro artístico nacional, con destino en las ciudades de Guadix y Baza. En ellas pudo, en ocasiones, pintar algunos óleos, del natural. Su labor artística  creadora de entonces fue una interesantísima colección de dibujos de escenas de aquella época, por desgracia extraviada. Se trataba de dos álbumes de dibujos realizados a tinta china (unos cincuenta aproximadamente), de una gran calidad y profunda significación. En ellos reflejó los contradictorios  y profundos acontecimientos de entonces. Es probable que hubieran constituido el testimonio plástico más penetrante de nuestra guerra civil. Pero después de terminada la guerra, como consecuencia de una absurda denuncia, Zabaleta  fue detenido en Madrid y conducido a la cárcel de Jaén, ocupándosele, como  pieza de convicción  los dibujos de la guerra. Y aunque la situación pudo resolverse con relativa facilidad, la colección de dibujos desapareció para siempre.

Normalizada para él su vida de propietario quesadeño, comenzó una intensa actividad pictórica a partir de 1940. En 1942 envió un cuadro, de gran tamaño y excelente concepto, a la Exposición Nacional de Bellas Artes. El cuadro, el mayor  de los pintados por él hasta entonces, titulado “Asunción”, de tema religioso (a tono con la época), que posteriormente formó parte de la colección de Eugenio d`Ors, fue rechazado por el Jurado de admisión.

"Asunción de la Virgen", 1942 (160 x 100).
Primera exposición. – A finales del año 1942 realizó Zabaleta, en las Galerías Biosca de Madrid, su primera exposición. Fue para él un acontecimiento preparado minuciosamente, con emoción  y con la convicción plena de su importancia. Zabaleta trabajo siempre con sencillez y con humildad, pero con la conciencia de que en su obra había valores permanentes.

La critica de entonces, salvo la voz profética de Eugenio d`Ors y alguna otra, no resultó  entusiasta ni favorable. A pesar de ello, Zabaleta se sintió satisfecho de la exposición, ya que se vio proyectado, por primera vez,  a través de la prensa, de una manera relativamente amplia. A partir de entonces, especialmente por el entusiasmo de Eugenio d`Ors, que ocupaba una situación privilegiada en la vida nacional, Zabaleta comienza a penetrar, como personalidad significante, en el mundo cultural español. La admiración y el interés por su obra crecen progresivamente. Su personalidad va adaptándose a la nueva situación, aunque conserve siempre las características particulares de su sicología. Concentrado e introvertido, Zabaleta podría pasarse en silencio largos espacios de tiempo, contemplando las personas y las circunstancias que le rodean. Sin embargo, cuando el tema le era especialmente grato, se mostraba explícito, entusiasta y apasionado. Sus relatos – que siempre tenían un acusado sentido plástico – resultaban excepcionalmente interesantes.

Zabaleta y Cataluña. – Zabaleta tenía impresiones muy favorables de los ambientes artísticos de Barcelona, instigado por Eugenio d`Ors, hizo un primer viaje a la ciudad condal en 1945. Llegó a Barcelona como llegaban antes, con frecuencia, a las ciudades los hombres de pueblo: con temor y con cartas de recomendación. Dos eran estas cartas de recomendación y las dos estaban firmadas por Eugenio d`Ors. Una de ellas para el dueño de una importante Galería de Exposiciones en Barcelona; la otra para Manolo Hugué. La primera – como pasa siempre con las cartas de recomendación de los hombres de pueblo -, no tuvo éxito.  Para desgracia de Zabaleta y para desgracia de aquella Galería, la nueva y personalísima obra de Zabaleta no gustó. La otra carta, en cambio, tuvo el gran éxito de iniciar una firme amistad entre el pintor andaluz y el escultor catalán, de duración muy breve, a causa de la muerte de Manolo.

De aquella visita a Barcelona, Zabaleta recibió una gran impresión. En la geografía española, que Zabaleta conocía medianamente, Barcelona resultaba una ciudad insólita. Su peculiar estilo, sus viejos barrios, sus gentes diversas, le atrajeron profundamente. Aquello no era su mundo usual. Tal vez era, incluso, la antítesis de aquel mundo suyo, de señoritos pobres y aburridos, de cazadores y campesinos. Mas, precisamente por esta antítesis, y por la fuerza y la autenticidad que rápidamente percibió en ella, Barcelona se convirtió para Zabaleta en un centro de gran atracción.

"Puerto de Barcelona", 1948 (65 x 80).
El conocimiento y la penetración en los ambientes culturales de Cataluña llegó rápidamente, a partir de su primera exposición, en 1947, en las Galerías de Argos, del Paseo de Gracia, en la que mostró las diversas facetas de su actividad creadora – dibujos, acuarelas, óleos – en un momento en que tímidamente se iniciaban en Barcelona las nuevas tendencias del arte creador de la posguerra, que más tarde iban a darle la gran personalidad de todos conocida. La exposición de Zabaleta fue un acontecimiento excepcional.


Puesto a revelador de secretos, Eugenio d`Ors se dedico a revelar a Barcelona el de Zabaleta, afirmando, en un articulo de la “Vanguardia”, que se trataba de la esperanza mejor de la moderna pintura española. Tratando de situar su obra, decía que Zabaleta opuso al amor a la música el amor a la arquitectura, vocación nueva en nuestras horas, y al igual que Cezanne, intentó, con todo su revolucionarismo, adaptarse a las normas del salón  de la Academia. La indicada oposición al impresionismo no se manifiesta, como en el maestro de Aix, por un imperativo de jerarquía de volúmenes, sino por un ímpetu de expansión de estos mismo volúmenes, hasta el punto de que pueda afirmarse que Zabaleta es el pintor de la objetividad turgente.

La obra presentada por Zabaleta en aquella primera exposición de 1947 en Barcelona era en cierto modo, la antítesis del naturalismo mediterraneista tan en boga, por entonces, en los ámbitos artísticos catalanes, y casi sin réplica sólida en aquellas fechas. Pero la autenticidad y maestría de aquella obra, inmersa en un expresionismo contenido, apoyada en el hecho local de su pueblo y de su circunstancia, pero utilizando un lenguaje universal, surgía de una gama sorda de colores, con un contorno formal apenas deformante, rústico y sobrio, contrastado por determinados elementos líricos. Los aspectos mágicos de la obra de Zabaleta, que ya han tenido  su libre expresión en aquella colección titulada “Los Sueños de Quesada”, se manifestaban parcialmente en algunas de las obras presentadas. La acogida de Barcelona, de sus ambientes culturales y artísticos, al hombre y a la obra fue, en verdad, apasionada y sentida. A partir de entonces, Zabaleta siguió mostrando en Cataluña, periódicamente, las evoluciones de su obra. El coleccionismo catalán supo identificarse con aquella singular creación y hoy, salvo el importante depósito del Museo de Quesada, el mayor número de obras del pintor andaluz se encuentra en Cataluña, enriqueciendo más de sesenta colecciones particulares, aparte de su representación en el Museo de Arte Contemporáneo de Villanueva y Geltrú y en el de Arte Moderno de Barcelona.


El Solitario. – Unas de las características sociológicas de Zabaleta era la profundidad con que captaba los fenómenos reales, cuya posterior descripción resultaba asombrosa. Nada hay más sorprendente que la propia realidad descrita por quien sabe penetrar en ella profundamente. A veces daba la impresión de ver la realidad de manera diferente. Esta realidad, la realidad de su infancia y de su adolescencia, la realidad de su juventud y de su madurez, es, ante todo y sobre todo, la realidad de su pueblo de Quesada, de sus clases sociales, de su señoritismo en decadencia -con sus expresiones de crisis que a él tanto le asombraban-, de sus labriegos y de sus campesinos, de su bella e impresionante geografía. De todas estas realidades las que le resultaron más difíciles o más enigmáticas fueron las de la geografía de la sierra de Quesada y la de  los sufridos hombres de aquel campo. A ellas, sin duda para penetrarlas mejor, dedica los mejores momentos  de su creación artística. El arte es lo que mejor nos descubre las realidades naturales. En toda creación artística hay una fusión de sujeto y objeto, equivalente a un acto de amor, a una comunión. Zabaleta repetía con frecuencia  la frase de Jean Cocteau: El arte es un incesto con nosotros mismos.

"Meditación por la descarnada señora muerte". Colección "Sueños en Quesada".
Con independencia de sus amigos del pueblo (algunos de ellos, por excepción, relacionado incluso con su producción artística), Zabaleta vivió en solitario sus inquietudes intelectuales. En parte,  porque deliberadamente lo quiso así; en parte, porque evitarlo le hubiera resultado difícil. Pueblo con una fuerte personalidad, Quesada imprime a la vida de los suyos un carácter difícilmente compatible con el  que supone cualquier forma moderna de vida intelectual. Solo una escasa minoría de quesadeños pudo sentirse molesta cuando, en el año 1943. Eugenio d`Ors bautizó, en unas de sus glosas, publicada en el diario “Arriba”, con el nombre “Sueños de Quesada”, una excepcional colección de dibujos de Zabaleta y relató, entre otras, la anécdota que el pintor le había transmitido, de la familia quesadeña que llevada a la miseria porque al haber oído todos que así se lo vaticinaba un Angel, se persuadieron de que iban a morir a la vez un día determinado; y ese día, tras haber repartido sus bienes entre deudos y amigos, se tendieron todos en sendas camas, para esperar, funeralmente vestidos de negro, el último instante. Aquella colección de dibujos pudo ser editada en 1963, gracias a la amable disposición de los herederos, con textos de Camilo José Cela, paralelos al magicismo y a la penetración de los dibujos, a los que dio el nombre de “El Solitario”. Junto a la belleza literaria de los textos, en los que alternan los aspectos más diversos, impresiones  populares o de libros infantiles, alusiones a hechos históricos, fábulas o mitos transformados poéticamente, se encuentran, en los dibujos, el amplio mundo de las más diversas evocaciones del niño, el adolescente y el hombre Zabaleta.

El amor. – El carácter retraído de su sicología, le mantuvo soltero y alejado (salvo algunas curiosas y tímidas manifestaciones), del amor, aunque para él, su obra de arte constituida una sublimación amorosa, en el sentido freudiano.

De estos paréntesis amorosos quedan, entre otras cosas, de curiosos poemas en los que se unen la ingenuidad y la belleza, y en el último de ellos, una patética referencia a la muerte.

  
A UNA MUCHACHA DE ALMERÍA

I

Eres reina de la ciudad en que vives
Y su Alcazaba es tu corona.
Tu fragancia, la misma de tu clima tropical
y sus calideces, tu voz.
Tu gracia, el sedimento de remotas edades
que perduran en tu sonrisa.
La limpieza y anchura de tu mirar
la misma del cielo que te protege
y el mar a que te asomas.
Cerca de ti, gentil muchacha en flor.
se cree en Dios y en la belleza
ya que todo parece justo y bello.

II

Fatalmente estoy ligado a ti
y tu sonrisa fecunda mi sangre
que salta en arco a tu encuentro
a través de valles y montañas
como un rayo de fuego acumulado
en mis entrañas solo para ti.
Mientras tanto puedes bostezar aburrida
cada  vez más gordita y pálida
unas veces triste y otras alegre,
casi siempre alegre,
pues los señoritos de pueblo son así
y tu consientes.
Luego vendrán los años y la muerte
Dios sabe a que distancia separados.
Se pudrirán nuestros ojos
lo que no suceda se pudrirá igualmente
y a pesar del esfuerzo por prolongar la vida
eternamente, todo se hundirá.

"Figuras en el paisaje", 1951 (100 x 81).

Zabaleta y Quesada. – Pocas veces podrá encontrarse en el mundo de la pintura una identificación mayor entre el artista y un lugar geográfico determinado, como en el caso  de Zabaleta y Quesada. La luz, el color, los objetos familiares, las formas, las figuras, las personas de aquel ambiente, son el tema eterno y apasionado de toda la obra de Zabaleta. Quesada es un importante pueblo agrícola, de más de diez mil habitantes, con un término municipal de 32.871 hectáreas, que de Este a Oeste, entre la Cañada de las Fuentes y Alicún de Ortega, tiene más de treinta kilómetros en línea recta. De comunicación muy difícil, la estación del ferrocarril se encuentra unos veinte kilómetros de distancia, y la carretera tan sólo ha servido, hasta época muy reciente, para llegar al pueblo, y no como lugar de transito, ya la comunicación hacia el sur estuvo casi siempre interrumpida.

Quesada ha sido universalizada por Zabaleta. La creación del Museo Zabaleta, en el que se contienen aproximadamente cien óleos, diversas acuarelas y numerosos dibujos, a parte de ciertos recuerdos personales, acabará convirtiendo el pueblo en ruta turística. La proximidad del Parador de la Sierra de Cazorla hace que el lugar, pese a sus dificultades de acceso, se cada día más conocido. Quesada como la mayor parte nuestros pueblos, carece, por desgracia, de ambiente intelectual. No ha habido, hasta fecha muy reciente, una sola librería en todo el pueblo y no creo que sean muchas mas de una docena las personas que leen algo más que el periódico. Quesada tuvo, sin embargo, el honor de ser cantada por Antonio Machado, amigo del quesadeño Don Serapio Corral, con quién recorrió la sierra de Cazorla y visitó el pueblo varias veces.

"Jardín en invierno", 1955 (65 x 81).
Al aislamiento geográfico de Quesada se debe la persistencia, hasta tiempos muy recientes, de una estructura social anacrónica. Las tres clases sociales, de señores o señoritos, artesanos y hombres del campo, respondían, en cierto modo, a las tres castas cuyo trenzado de convivencia y pugna es, para Américo Castro, la clave de la vida española en su última realidad. La separación entre ellas ha persistido en formas externas asombrosas para la vida moderna. Los hombres del campo de Quesada realizaron durante siglos un trabajo duro y pobremente remunerado. Hoy emigran en buena parte. Pero Zabaleta apenas contempló esta última realidad sino aquella otra, la del duro trabajo campesino de la recogida de la aceituna en invierno, bajo fríos intensos, y la siega en verano, bajo soles ardientes. Y entre estas dos temporadas de trabajo, largas temporadas de paro. La sobriedad de estas gentes no es estilo de vida sino necesidad impuesta.

A medida que Zabaleta conoce otros ambientes sociales, a medida que va penetrando en el mundo culto de Madrid y Barcelona, la realidad de aquellos hombres del campo andaluz la atrae y le interroga más. Zabaleta no es un hombre de acción; no cabe esperar de él una actividad combativa, salvo lo que de callada lucha puede haber en su obra. Pero Zabaleta es un espectador penetrante que cala muy hondo en cuando observa. En su obra refleja la esencia de aquella realidad, lo que al mismo tiempo le da un mejor conocimiento de la misma. Es la razón de su insistencia, una y otra vez, en aquellos hombres, en sus actitudes, en sus faenas, en su indumentaria, en sus rostros. La austeridad y la esperanza de esta pintura radican en la esencia misma del fenómeno contemplado; pero el lenguaje vibrante de su expresión es el grito de la nueva realidad creada, que trata de hacerse trascendente.

"El taller", 1952 (81 x 66).
Casi todo la obra de Zabaleta esta pintada en Quesada y con Quesada. Desde el momento en que Zabaleta ordena su maleta para alguno de sus frecuentes viajes, puede decirse que deja el caballete y los pinceles en descanso. Bien es verdad que pinta, y sobre todo dibuja, en otros lugares; pero esto dibujos y tales pinturas no realizadas en Quesada, salvo excepciones, no más que un pretexto o un ejercicio de la obra que posteriormente realizará en el silencio de su gabinete, envuelto en la luz y en el ambiente de su pueblo.

Zabaleta no apoyó su obra en la vida burguesa de la que participaba, salvo en el aspecto lírico de los sueños de Quesada. Es cierto que si se vive en una sociedad se depende de ella, pero si se tiene espíritu crítico – y Zabaleta lo tenía – se pueden poner de relieve sus contradicciones y sus absurdos. Como se ha dicho, Zabaleta introdujo el segador andaluz en los salones burgueses de las exposiciones. No buscó ninguna solución romántica ni cayo en el naturalismo pobretón académico. Sus campesinos son campesinos, así como sus interiores y sus paisajes corresponden a un mundo vivido.
 
Zabaleta contempló aquel mundo con la suficiente perspectiva intelectual; reaccionó ante él con indudable sensibilidad. De aquí nace el humanismo de su pintura. Sus valores técnicos son la consecuencia de un dilatado y largo aprendizaje, de una poderosa vocación. La esencia del contenido vital de su pintura deriva de ser fidelísimo reflejo de un mundo intensamente vivido y minuciosamente contemplado. Para Zabaleta no hubo nunca lugar más grandioso que la sierra de Cazorla, ni ser humano más apasionantemente conocido que el hombre del campo de Quesada. Y era que precisamente, aquel lugar y la agonía de este drama lo que le obliga a ir y volver constantemente, lo que hacia de aquel mundo el tema central de su pintura.


   Cesáreo Rodríguez-Aguilera Conde
                     
                                                           


                                                                                   

No hay comentarios:

Publicar un comentario