“EL PINTOR”. Cesáreo Rodríguez-Aguilera.
Rafael Zabaleta, 1908-1909. |
Familia. – El padre de Zabaleta llegó a Quesada como dependiente
de comercio. El día 28 de febrero de 1884, a los 31 años de edad, contraía
matrimonio con la señorita quesadeña de 25 años, doña Francisca Fuentes y
García, hermana del médico don Antonio, miembro de una acomodada familia,
perteneciente, por derecho propio, al
mas alto grado de jerarquía social quesadeña. Poco después de celebrado el
matrimonio, fallece la esposa, y don
Isidoro Zabaleta, joven, viudo y sin hijos, contrae nuevo matrimonio con la
hermana de su primera mujer, doña María de Tiscar, el día 9 de diciembre de 1888. Don Isidoro cuenta entonces 35 años;
la nueva esposa 23. Más de nuevo don Isidoro queda viudo y sin hijos. Una
tercera hermana queda en la casa, doña María Juliana, además del soltero don
Antonio, y con ella contrae su tercero y ultimo matrimonio, don Isidoro
Zabaleta, el día 23 de mayo de 1906.
Entre el
segundo y tercer matrimonio han ocurrido muchos e interesantes acontecimientos
en España. Se han perdido las últimas colonias y el mundo ha entrado en un
nuevo siglo. Una poderosa revolución industrial tiene lugar en Europa y en
algunos lugares de España. En Quesada apenas se sabe nada de esta
transformación, como no sea en sentido negativo, puesto que los talleres
artesanos, los telares, las fábricas de vidrio, van desapareciendo ante la
poderosa competencia industrial. Se vive en el pueblo un momento de esplendor y
de crisis del más alto estamento social, cuyo reflejo puede verse, con
caracteres asombrosos, en las novelas
“Villavieja· y “La Romería”, de Ciges Aparicio.
Rafael Zabaleta en el patio interior de su casa de Quesada, con su madre y Eulogia. |
Don Isidoro
Zabaleta, ya es un quesadeño más, aunque conserve alguno de los aspectos de su
estilo de vida de hombre del norte, ha subido notablemente en los estamentos
sociales del pueblo. Si en las actas de sus dos primeros matrimonios aparece
como comerciante de profesión, en la última figura como propietario, título hoy
sin concreto significado específico, pero entonces en Quesada bien expresivo de
la máxima jerarquía social. De este tercer matrimonio. Don Isidoro tiene un
único hijo: nuestro hombre, Rafael Zabaleta Fuentes.
Infancia y juventud. –
La infancia de este hijo de matrimonio maduro, que se desarrolla sin demasiada
salud, transcurre entre mimos y atenciones de toda clase. Huérfano de padre a
los siete años y de madre a los veintitrés, vive junto a una tía suya, rodeado
de servidores, aunque con la austeridad, la sencillez y la rusticidad propias
de la vida de un pueblo español de costumbres agrícolas y medievales. Buena
parte de esta infancia le evocará posteriormente como consecuencia de su interés
por los estudios de subconsciente y el
sicoanálisis. Su pasión por la pintura le nace desde niño. Sabedor de que los grandes maestros pintaban sobre
tela, logra retazos de sábana y sobre ellos, con unas elementales pinturas a la
acuarela, reproduce cuadros de nuestros pintores clásicos, en la dicción
infantil propia de su edad, que aún se conservan. Como estudiante fue poco
aplicado, aunque cursó el bachillerato, como alumno interno, en el Colegio
Santo Tomás de Jaén. Su pasión por la pintura no alarma a la familia, ya que,
dueño de un importante patrimonio agrícola, puede permitirse el lujo de tan
caprichosa vocación.
Desde muy
joven, se ve obligado a participar en las labores propias de la
administración de sus fincas, Zabaleta
las visita frecuentemente, acompañado de sus empleados y amigos. Se relaciona
con los señores de su clase, por lo común mayores que él, y participa con ellos
en una pasión que constituye, aparte de la pintura, el objeto casi exclusivo de
sus actividades de entonces: la caza. Tanto en invierno como en verano organiza
excursiones y cacerías a la sierra de Quesada, toma contacto directo y
constante con aquella naturaleza y con la vida campesina. Aquella tierra y
aquellos hombres van a convertirse en el tema
más hondamente sentido de su pintura. El otro elemento esencial será la
cultura moderna, adquirida junto a sus amigos, compañeros de la escuela de
Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, donde cursa sus estudios a partir de
1924. Nace así un contraste cuya armonía constituye una de las claves
esenciales de la pintura de Zabaleta.
Profundamente
arraigado en el campo andaluz, en las gentes de su tierra, en los usos y
austeridades de aquel pueblo, Zabaleta es, al mismo tiempo, un penetrante
conocedor del arte de nuestro tiempo y de muchos aspectos de su cultura.
Zabaleta lee con avidez y selecciona sus libros con rigor, hasta el punto de
destruir aquellos que no considera de
calidad, ya que uno de sus propósitos – en cierto modo logrado – es disponer de
una reducida y selecta biblioteca. Con obras literarias y científicas
de la más diversa índole, Zabaleta sueña desde su rincón de Quesada con
muchas de las conquistas del arte y de la cultura europea contemporánea. Surge
así una doble inmanencia en Zabaleta; y de tal modo aparece entregado a esta
dualidad que tan real le parece el París vislumbrando desde Quesada, como los
relatos mágicos de apariciones o curandérias que, con frecuencia, escucha o contempla en su pueblo.
Estudios en Madrid. –
Vive en Madrid los años de efervescencia intelectual de la Dictadura de Primo
de Rivera. Asiste a la tertulia del café Pombo, donde Ramón Gómez de la Serna
pontifica; conoce a Federico García Lorca, de quien le asombra su conversación
apasionada; se sorprende ante una fugaz visita a Ortega y Gasset. Observa todo
este mundo a distancia y con silencioso respeto. Sus lecturas le llevan a los
clásicos, a los hombres del 98, a Antonio Manchado y a Miguel Hernández, a los
poetas surrealistas franceses, a los textos literarios de los pintores contemporáneos,
a alguna de las obras de Freud que lee con singular delectación. “Los Cantos de
Maldoror”, “Opium”, “El gran Maulnes”, “A la sombra de las muchachas en flor” y
algunos otros, se convierten en los libros clave de su formación juvenil.
En 1932 participa,
como alumno, en la exposición de fin de carrera de los diplomados de la Escuela
de Bellas Artes de San Fernando. Presenta dos cuadros, uno de ellos titulado
“La pareja”, que reproduce “Blanco y Negro”, a media página, con un breve pero
alentador elogio a Manuel Abril. “Rafael Zabaleta, dice, aunque tendiendo a la
caricatura, ofrece en el color y en la materia – sobre todo en el cuadro “La
pareja” – cualidades importantes dignas
de ser tomadas en serio. Pero este mismo camino hicieron Lautrec y Degás
obras admirables”. La obra se conserva y constituye una excelente referencia
para el estudio de su obra posterior. Se advierte en ella el empleo desenfadado y maduro de la
libertad del arte de nuestro tiempo y una asimilación muy personal de algunas
de las realizaciones que por entonces más le habían sorprendido. Entre ellas cabe
destacar, además de las indicadas por el crítico, las de Picasso, Soutine,
Derain.
Primer viaje a París.
– Aunque lento en sus decisiones el ansia de investigación y conocimiento de la
pintura contemporánea, le lleva a París
en 1934. Su estancia en París fueron cuatro semanas de paseo solitario,
salvo algún fugaz contacto con pintores españoles allí residentes. La impresión
recibida fue para él de gran importancia. Allí estaban los grandes maestros del
arte que él admiraba; allí estaban los museos donde podía contemplar la obra a
cuya sombra se había formado; allí estaba
la inteligencia y la libertad cultural. Zabaleta no hablaba francés. El
recorrido por los museos, por los monumentos, por los bulevares, por los
modestos restaurantes, fue emocionante y silencioso; cosas y lugares que
formaban parte de su mundo intelectual, a través de páginas ávidamente
examinadas de libros y revistas, las tenía allí al alcance de la mano. París y
Quesada, lo culto y lo popular, los dos polos de su pasión y de su formación.
El pueblo de Quesada conocido de manera directa, vivido íntimamente, formando
parte de su ser más próximo; París como elucubración mental, como aspiración
paradisíaca de un mundo cultural admirado devotamente. Ahora él estaba en
París.
Apunte de París: "Arco del Triunfo". |
La guerra civil. –
Poco después se produce un acontecimiento que afecta de manera profunda a todos
los hombres de su generación y que para Zabaleta, fue sin duda, el
acontecimiento más trascendental de su vida: la guerra civil española, de 1936
a 1939. El 18 de julio de 1936, Zabaleta se encontraba en Quesada. Miembro de
la clase social derrotada en aquel pueblo, salvó los primeros días de la
revolución por no haber sido propietario agrícola agresivo y, sobre todo, por
su inhibición en materia política local. Los hombres del campo de Quesada, que
acabarían siendo los protagonistas
principales de su obra, eran entonces los protagonistas de la vida social y
política de aquel pueblo que llegó a gobernarse de manera casi autárquica.
Zabaleta fue
privado de sus propiedades agrícolas, único medio de su sustento, ya que la
pintura, hasta entonces, ningún beneficio económico le había producido.
Con una bolsa de monedas de oro, que se
tía Pepa guardaba amorosamente, pudo sobrevivir los primeros días de la
revolución. Durante la guerra fue nombrado conservador del Tesoro artístico
nacional, con destino en las ciudades de Guadix y Baza. En ellas pudo, en
ocasiones, pintar algunos óleos, del natural. Su labor artística creadora de entonces fue una interesantísima
colección de dibujos de escenas de aquella época, por desgracia extraviada. Se
trataba de dos álbumes de dibujos realizados a tinta china (unos cincuenta
aproximadamente), de una gran calidad y profunda significación. En ellos
reflejó los contradictorios y profundos
acontecimientos de entonces. Es probable que hubieran constituido el testimonio
plástico más penetrante de nuestra guerra civil. Pero después de terminada la
guerra, como consecuencia de una absurda denuncia, Zabaleta fue detenido en Madrid y conducido a la
cárcel de Jaén, ocupándosele, como pieza
de convicción los dibujos de la guerra.
Y aunque la situación pudo resolverse con relativa facilidad, la colección de
dibujos desapareció para siempre.
Normalizada
para él su vida de propietario quesadeño, comenzó una intensa actividad
pictórica a partir de 1940. En 1942 envió un cuadro, de gran tamaño y excelente
concepto, a la Exposición Nacional de Bellas Artes. El cuadro, el mayor de los pintados por él hasta entonces,
titulado “Asunción”, de tema religioso (a tono con la época), que
posteriormente formó parte de la colección de Eugenio d`Ors, fue rechazado por
el Jurado de admisión.
Primera exposición. –
A finales del año 1942 realizó Zabaleta, en las Galerías Biosca de Madrid, su
primera exposición. Fue para él un acontecimiento preparado minuciosamente, con
emoción y con la convicción plena de su
importancia. Zabaleta trabajo siempre con sencillez y con humildad, pero con la
conciencia de que en su obra había valores permanentes.
La critica
de entonces, salvo la voz profética de Eugenio d`Ors y alguna otra, no resultó entusiasta ni favorable. A pesar de ello,
Zabaleta se sintió satisfecho de la exposición, ya que se vio proyectado, por
primera vez, a través de la prensa, de
una manera relativamente amplia. A partir de entonces, especialmente por el
entusiasmo de Eugenio d`Ors, que ocupaba una situación privilegiada en la vida
nacional, Zabaleta comienza a penetrar, como personalidad significante, en el
mundo cultural español. La admiración y el interés por su obra crecen
progresivamente. Su personalidad va adaptándose a la nueva situación, aunque
conserve siempre las características particulares de su sicología. Concentrado
e introvertido, Zabaleta podría pasarse en silencio largos espacios de tiempo,
contemplando las personas y las circunstancias que le rodean. Sin embargo,
cuando el tema le era especialmente grato, se mostraba explícito, entusiasta y
apasionado. Sus relatos – que siempre tenían un acusado sentido plástico –
resultaban excepcionalmente interesantes.
Zabaleta y Cataluña. –
Zabaleta tenía impresiones muy favorables de los ambientes artísticos de
Barcelona, instigado por Eugenio d`Ors, hizo un primer viaje a la ciudad condal
en 1945. Llegó a Barcelona como llegaban antes, con frecuencia, a las ciudades
los hombres de pueblo: con temor y con cartas de recomendación. Dos eran estas
cartas de recomendación y las dos estaban firmadas por Eugenio d`Ors. Una de
ellas para el dueño de una importante Galería de Exposiciones en Barcelona; la
otra para Manolo Hugué. La primera – como pasa siempre con las cartas de
recomendación de los hombres de pueblo -, no tuvo éxito. Para desgracia de Zabaleta y para desgracia
de aquella Galería, la nueva y personalísima obra de Zabaleta no gustó. La otra
carta, en cambio, tuvo el gran éxito de iniciar una firme amistad entre el
pintor andaluz y el escultor catalán, de duración muy breve, a causa de la
muerte de Manolo.
De aquella
visita a Barcelona, Zabaleta recibió una gran impresión. En la geografía
española, que Zabaleta conocía medianamente, Barcelona resultaba una ciudad
insólita. Su peculiar estilo, sus viejos barrios, sus gentes diversas, le
atrajeron profundamente. Aquello no era su mundo usual. Tal vez era, incluso,
la antítesis de aquel mundo suyo, de señoritos pobres y aburridos, de cazadores
y campesinos. Mas, precisamente por esta antítesis, y por la fuerza y la
autenticidad que rápidamente percibió en ella, Barcelona se convirtió para
Zabaleta en un centro de gran atracción.
El
conocimiento y la penetración en los ambientes culturales de Cataluña llegó
rápidamente, a partir de su primera exposición, en 1947, en las Galerías de
Argos, del Paseo de Gracia, en la que mostró las diversas facetas de su
actividad creadora – dibujos, acuarelas, óleos – en un momento en que
tímidamente se iniciaban en Barcelona las nuevas tendencias del arte creador de
la posguerra, que más tarde iban a darle la gran personalidad de todos conocida.
La exposición de Zabaleta fue un acontecimiento excepcional.
Puesto a
revelador de secretos, Eugenio d`Ors se dedico a revelar a Barcelona el de
Zabaleta, afirmando, en un articulo de la “Vanguardia”, que se trataba de la
esperanza mejor de la moderna pintura española. Tratando de situar su obra,
decía que Zabaleta opuso al amor a la música el amor a la arquitectura,
vocación nueva en nuestras horas, y al igual que Cezanne, intentó, con todo su
revolucionarismo, adaptarse a las normas del salón de la Academia. La indicada oposición al
impresionismo no se manifiesta, como en el maestro de Aix, por un imperativo de
jerarquía de volúmenes, sino por un ímpetu de expansión de estos mismo
volúmenes, hasta el punto de que pueda afirmarse que Zabaleta es el pintor de
la objetividad turgente.
La obra
presentada por Zabaleta en aquella primera exposición de 1947 en Barcelona era
en cierto modo, la antítesis del naturalismo mediterraneista tan en boga, por
entonces, en los ámbitos artísticos catalanes, y casi sin réplica sólida en
aquellas fechas. Pero la autenticidad y maestría de aquella obra, inmersa en un
expresionismo contenido, apoyada en el hecho local de su pueblo y de su
circunstancia, pero utilizando un lenguaje universal, surgía de una gama sorda
de colores, con un contorno formal apenas deformante, rústico y sobrio,
contrastado por determinados elementos líricos. Los aspectos mágicos de la obra
de Zabaleta, que ya han tenido su libre
expresión en aquella colección titulada “Los Sueños de Quesada”, se manifestaban
parcialmente en algunas de las obras presentadas. La acogida de Barcelona, de
sus ambientes culturales y artísticos, al hombre y a la obra fue, en verdad,
apasionada y sentida. A partir de entonces, Zabaleta siguió mostrando en
Cataluña, periódicamente, las evoluciones de su obra. El coleccionismo catalán
supo identificarse con aquella singular creación y hoy, salvo el importante
depósito del Museo de Quesada, el mayor número de obras del pintor andaluz se
encuentra en Cataluña, enriqueciendo más de sesenta colecciones particulares,
aparte de su representación en el Museo de Arte Contemporáneo de Villanueva y
Geltrú y en el de Arte Moderno de Barcelona.
El Solitario. – Unas
de las características sociológicas de Zabaleta era la profundidad con que
captaba los fenómenos reales, cuya posterior descripción resultaba asombrosa.
Nada hay más sorprendente que la propia realidad descrita por quien sabe
penetrar en ella profundamente. A veces daba la impresión de ver la realidad de
manera diferente. Esta realidad, la realidad de su infancia y de su
adolescencia, la realidad de su juventud y de su madurez, es, ante todo y sobre
todo, la realidad de su pueblo de Quesada, de sus clases sociales, de su
señoritismo en decadencia -con sus expresiones de crisis que a él tanto le
asombraban-, de sus labriegos y de sus campesinos, de su bella e impresionante
geografía. De todas estas realidades las que le resultaron más difíciles o más
enigmáticas fueron las de la geografía de la sierra de Quesada y la de los sufridos hombres de aquel campo. A ellas,
sin duda para penetrarlas mejor, dedica los mejores momentos de su creación artística. El arte es lo que
mejor nos descubre las realidades naturales. En toda creación artística hay una
fusión de sujeto y objeto, equivalente a un acto de amor, a una comunión.
Zabaleta repetía con frecuencia la frase
de Jean Cocteau: El arte es un incesto con nosotros mismos.
Con
independencia de sus amigos del pueblo (algunos de ellos, por excepción,
relacionado incluso con su producción artística), Zabaleta vivió en solitario
sus inquietudes intelectuales. En parte,
porque deliberadamente lo quiso así; en parte, porque evitarlo le
hubiera resultado difícil. Pueblo con una fuerte personalidad, Quesada imprime a
la vida de los suyos un carácter difícilmente compatible con el que supone cualquier forma moderna de vida
intelectual. Solo una escasa minoría de quesadeños pudo sentirse molesta
cuando, en el año 1943. Eugenio d`Ors bautizó, en unas de sus glosas, publicada
en el diario “Arriba”, con el nombre “Sueños de Quesada”, una excepcional
colección de dibujos de Zabaleta y relató, entre otras, la anécdota que el
pintor le había transmitido, de la familia quesadeña que llevada a la miseria
porque al haber oído todos que así se lo vaticinaba un Angel, se persuadieron
de que iban a morir a la vez un día determinado; y ese día, tras haber
repartido sus bienes entre deudos y amigos, se tendieron todos en sendas camas,
para esperar, funeralmente vestidos de negro, el último instante. Aquella
colección de dibujos pudo ser editada en 1963, gracias a la amable disposición
de los herederos, con textos de Camilo José Cela, paralelos al magicismo y a la
penetración de los dibujos, a los que dio el nombre de “El Solitario”. Junto a
la belleza literaria de los textos, en los que alternan los aspectos más
diversos, impresiones populares o de
libros infantiles, alusiones a hechos históricos, fábulas o mitos transformados
poéticamente, se encuentran, en los dibujos, el amplio mundo de las más
diversas evocaciones del niño, el adolescente y el hombre Zabaleta.
El amor. – El carácter
retraído de su sicología, le mantuvo soltero y alejado (salvo algunas curiosas
y tímidas manifestaciones), del amor, aunque para él, su obra de arte
constituida una sublimación amorosa, en el sentido freudiano.
De estos
paréntesis amorosos quedan, entre otras cosas, de curiosos poemas en los que se
unen la ingenuidad y la belleza, y en el último de ellos, una patética
referencia a la muerte.
A UNA MUCHACHA DE
ALMERÍA
I
Eres reina de la ciudad en que vives
Y su Alcazaba es tu corona.
Tu fragancia, la misma de tu clima tropical
y sus calideces, tu voz.
Tu gracia, el sedimento de remotas edades
que perduran en tu sonrisa.
La limpieza y anchura de tu mirar
la misma del cielo que te protege
y el mar a que te asomas.
Cerca de ti, gentil muchacha en flor.
se cree en Dios y en la belleza
ya que todo parece justo y bello.
II
Fatalmente
estoy ligado a ti
y tu sonrisa
fecunda mi sangre
que salta en
arco a tu encuentro
a través de
valles y montañas
como un rayo
de fuego acumulado
en mis
entrañas solo para ti.
Mientras
tanto puedes bostezar aburrida
cada vez más gordita y pálida
unas veces
triste y otras alegre,
casi siempre
alegre,
pues los
señoritos de pueblo son así
y tu
consientes.
Luego
vendrán los años y la muerte
Dios sabe a
que distancia separados.
Se pudrirán
nuestros ojos
lo que no
suceda se pudrirá igualmente
y a pesar
del esfuerzo por prolongar la vida
eternamente,
todo se hundirá.
"Figuras en el paisaje", 1951 (100 x 81).
Zabaleta y Quesada. –
Pocas veces podrá encontrarse en el mundo de la pintura una identificación
mayor entre el artista y un lugar geográfico determinado, como en el caso de Zabaleta y Quesada. La luz, el color, los
objetos familiares, las formas, las figuras, las personas de aquel ambiente,
son el tema eterno y apasionado de toda la obra de Zabaleta. Quesada es un
importante pueblo agrícola, de más de diez mil habitantes, con un término
municipal de 32.871 hectáreas, que de Este a Oeste, entre la Cañada de las
Fuentes y Alicún de Ortega, tiene más de treinta kilómetros en línea recta. De
comunicación muy difícil, la estación del ferrocarril se encuentra unos veinte
kilómetros de distancia, y la carretera tan sólo ha servido, hasta época muy
reciente, para llegar al pueblo, y no como lugar de transito, ya la
comunicación hacia el sur estuvo casi siempre interrumpida.
Quesada ha
sido universalizada por Zabaleta. La creación del Museo Zabaleta, en el que se
contienen aproximadamente cien óleos, diversas acuarelas y numerosos dibujos, a
parte de ciertos recuerdos personales, acabará convirtiendo el pueblo en ruta
turística. La proximidad del Parador de la Sierra de Cazorla hace que el lugar,
pese a sus dificultades de acceso, se cada día más conocido. Quesada como la
mayor parte nuestros pueblos, carece, por desgracia, de ambiente intelectual.
No ha habido, hasta fecha muy reciente, una sola librería en todo el pueblo y
no creo que sean muchas mas de una docena las personas que leen algo más que el
periódico. Quesada tuvo, sin embargo, el honor de ser cantada por Antonio
Machado, amigo del quesadeño Don Serapio Corral, con quién recorrió la sierra
de Cazorla y visitó el pueblo varias veces.
Al
aislamiento geográfico de Quesada se debe la persistencia, hasta tiempos muy
recientes, de una estructura social anacrónica. Las tres clases sociales, de
señores o señoritos, artesanos y hombres del campo, respondían, en cierto modo,
a las tres castas cuyo trenzado de convivencia y pugna es, para Américo Castro,
la clave de la vida española en su última realidad. La separación entre ellas
ha persistido en formas externas asombrosas para la vida moderna. Los hombres
del campo de Quesada realizaron durante siglos un trabajo duro y pobremente
remunerado. Hoy emigran en buena parte. Pero Zabaleta apenas contempló esta última
realidad sino aquella otra, la del duro trabajo campesino de la recogida de la
aceituna en invierno, bajo fríos intensos, y la siega en verano, bajo soles
ardientes. Y entre estas dos temporadas de trabajo, largas temporadas de paro.
La sobriedad de estas gentes no es estilo de vida sino necesidad impuesta.
A medida que
Zabaleta conoce otros ambientes sociales, a medida que va penetrando en el
mundo culto de Madrid y Barcelona, la realidad de aquellos hombres del campo
andaluz la atrae y le interroga más. Zabaleta no es un hombre de acción; no
cabe esperar de él una actividad combativa, salvo lo que de callada lucha puede
haber en su obra. Pero Zabaleta es un espectador penetrante que cala muy hondo
en cuando observa. En su obra refleja la esencia de aquella realidad, lo que al
mismo tiempo le da un mejor conocimiento de la misma. Es la razón de su
insistencia, una y otra vez, en aquellos hombres, en sus actitudes, en sus
faenas, en su indumentaria, en sus rostros. La austeridad y la esperanza de
esta pintura radican en la esencia misma del fenómeno contemplado; pero el
lenguaje vibrante de su expresión es el grito de la nueva realidad creada, que
trata de hacerse trascendente.
Casi todo la
obra de Zabaleta esta pintada en Quesada y con Quesada. Desde el momento en que
Zabaleta ordena su maleta para alguno de sus frecuentes viajes, puede decirse
que deja el caballete y los pinceles en descanso. Bien es verdad que pinta, y
sobre todo dibuja, en otros lugares; pero esto dibujos y tales pinturas no
realizadas en Quesada, salvo excepciones, no más que un pretexto o un ejercicio
de la obra que posteriormente realizará en el silencio de su gabinete, envuelto
en la luz y en el ambiente de su pueblo.
Zabaleta no
apoyó su obra en la vida burguesa de la que participaba, salvo en el aspecto
lírico de los sueños de Quesada. Es cierto que si se vive en una sociedad se
depende de ella, pero si se tiene espíritu crítico – y Zabaleta lo tenía – se
pueden poner de relieve sus contradicciones y sus absurdos. Como se ha dicho,
Zabaleta introdujo el segador andaluz en los salones burgueses de las
exposiciones. No buscó ninguna solución romántica ni cayo en el naturalismo
pobretón académico. Sus campesinos son campesinos, así como sus interiores y
sus paisajes corresponden a un mundo vivido.
Zabaleta
contempló aquel mundo con la suficiente perspectiva intelectual; reaccionó ante
él con indudable sensibilidad. De aquí nace el humanismo de su pintura. Sus
valores técnicos son la consecuencia de un dilatado y largo aprendizaje, de una
poderosa vocación. La esencia del contenido vital de su pintura deriva de ser
fidelísimo reflejo de un mundo intensamente vivido y minuciosamente
contemplado. Para Zabaleta no hubo nunca lugar más grandioso que la sierra de
Cazorla, ni ser humano más apasionantemente conocido que el hombre del campo de
Quesada. Y era que precisamente, aquel lugar y la agonía de este drama lo que
le obliga a ir y volver constantemente, lo que hacia de aquel mundo el tema
central de su pintura.
Cesáreo Rodríguez-Aguilera Conde |
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