lunes, 15 de mayo de 2017



"SU PINTURA". Cesáreo Rodríguez-Aguilera Conde.

El contenido histórico de su obra lo extrajo Zabaleta de la circunstancia particular que le rodeaba; los valores esenciales, de su formación cultural, de su sensibilidad, de sus espíritu. Como un predestinado, Zabaleta vivió entregado constantemente a la pintura. Alejado de grupos o movimientos, sin preocuparse de obtener un éxito personal por medios distintos de la propia realización de su obra, colocando, incluso, su, en cierto modo, áspero y rebelde carácter en todas las manifestaciones de su vida – lo que le alejó de muchas fáciles simpatías y probables apoyos – Zabaleta realizó su obra en el silencioso rincón de su pueblo, con arreglo al más insobornable nivel de su conciencia.

"Nocturno del Jardín", 1957 (130 x 97).
Formación y estilo.- Zabaleta recibió la lección clásica de la pintura a través de los estudios de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando; las inquietudes intelectuales de nuestro ambiente cultural, por medio de su contacto amistoso con las figuras más destacadas de nuestros pensadores, escritores y artistas; la importante lección de las múltiples tendencias de la pintura de nuestro tiempo, como consecuencia de su denodado aprendizaje. Zabaleta puso toda su pasión en la pintura, con lo que , de modo natural, nos dio a través de ella el perfil auténtico de su carácter.

El estilo de Zabaleta (estilo parisién, como él decía humorísticamente a una dama que le preguntaba por el estilo de su obra), fue el estilo único e impar de su mundo. Llevó a él las asistencias de cuanto vivió, admiro y estudió, a lo largo de su dedicación plena a la creación artística; pero lo hizo dominando de modo total aquellas asistencias, sometiéndolas a su propio modo de ser, haciendo de ellas una nueva savia nutricia de la más acusada personalidad. La obra de Zabaleta se apoya en la libertad de creación, característica de nuestro tiempo, aunque todas sus formas y sus signos aparecen sometidos al rigor, que él considero indispensable, de la composición y de la disciplina mental del mundo de sus cuadros.

"Pareja de campesinos", 1956 (81 x 100).
Zabaleta pudo llevar, en ocasiones, las más audaces abstracciones de la geometría y la tinta plana a sus cuadros, pero siempre quedaron subordinadas al servicio de una expresión directa e intangible. Zabaleta pudo dar a sus colores simples la rutilación de las piedras preciosas, como llego a decir Eugenio d`Ors, pero estos  colores puros estuvieron siempre al servicio de las vibraciones de un paisaje, un bodegón o una piel humana abrasada por el sol. Zabaleta pudo lograr en sus cuadros la misteriosa realidad profunda del subconsciente, pero siempre lo hizo a través de una subordinación a intenciones racionales y conscientes.

Carácter de su obra.- En la pintura de Zabaleta se advierten dos aspectos contradictorios que, al sumarse, producen un positivo resultado: lo popular de una parte y lo culto de otra. Ambos están en su sicología y en su personalidad. El primero de ellos enlaza de manera directa con el pueblo de Quesada, donde nació y transcurrió la mayor parte de su vida, con el aspecto rústico y, en cierto modo, medieval de aquella sociedad. “Váyase a Quesada”, la aconsejó a Picassó en la entrevista que con él tuvo en París en 1949, al apuntarle Zabaleta su deseo de trasladarse a París. “Váyase a Quesada, le dijo el maestro cariñosamente y con firmeza, porque aquí estamos todos un poco locos”. El consejo era el resultado de una penetración rápida en el hombre y en la obra zabaletina. Los valores esenciales de aquella obra tenían raíces muy concretas. El hombre, por otra parte, reflejaba también, claramente, su grandeza y sus limitaciones.

"Aceituneras", 1959 (130 x 97).
En sus expresiones, en sus gestos, en su mirada inquieta y penetrante, se advertían los valores de un mundo sugestivo y rico, pero reflejaban también la tensión y la debilidad de una inadaptación a cualquier circunstancia exterior que no fuera la sencilla y profundamente arraigada de su pueblo. Zabaleta era un pueblerino en el sentido más puro de la expresión, sin que en ello deba verse el menor atisbo peyorativo. Zabaleta en Quesada, vivía con plenitud y relajamiento, en la mas absoluta naturalidad. Fuera de Quesada, sobre todo en las grandes ciudades, Zabaleta se encontraba extraño, desarraigado, en tensión. La atracción de Zabaleta por las grandes ciudades, especialmente Madrid, Barcelona y París, en consecuencia de su acendrado pueblerínismo.Las experiencias  que recibía en la gran ciudad eran valiosísimas  para la formación de su espíritu y para la creación de su obra; pero resultaba  necesario el sosiego, la calma, los aires y hasta las figuras familiares de los amigos de Quesada, para que su obra pudiera producirse en el ambiente íntimo de sus estudios (uno de verano y otro de invierno), donde mujeres oscuras y silenciosas le cuidaban maternalmente.

El otro aspecto de su personalidad está en su constante formación cultural. Llegado a la pintura  en una época de intensa culturalización de esta actividad artística, Zabaleta se interesó vivamente por el desarrollo de las mas recientes tendencias del arte de nuestro tiempo. De modo muy particular se sintió atraido (estudiando muy concienzudamente sus formulaciones literarias e, incluso, cientificas), por el cubismo y el surrealismo.

"Calle de Quesada (La terraza)", 1953 (61 x 50).
En el mundo de las ideas, Zabaleta parece como desligado, como espectador absorto; pero también en el pueblo hay un cierto despegue, consecuencia de su particularísimo mundo interior, que tanto le alejaba (pese  a la proximidad en otros aspectos), de aquellos hombres de Casino en los que, con notables excepciones, se daba con frecuencia el tipo singular tan maravillosamente descrito por Antonio Machado.

“Este hombre tiene mustia la tez, el pelo cano, ojos velados de melancolía; bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. Tres veces heredó tres ha perdido al monte su caudal. Sólo se anima ante al  azar prohibido, sobre el verde tapete reclinado, o si alguien cuenta la hazaña de un gallardo bandolero o la proeza de un matón, sangrienta. Bosteza de política banales dicterios. Un poco labrador del cielo aguarda y al cielo teme; alguna vez suspira pensando en su olivar, y al cielo mira con ojo inquieto, si la lluvia tarda. Lo demás, le aburre; solo el humo del tabaco simula algunas sombras en su frente”.

"Campesino comiendo", 1950 (81 x 65).
Realismo expresionista.- Esta circunstancia, unida a su concepto de la expresión artística, determina que la obra de Zabaleta pueda incluirse dentro de la línea de lo que llamamos el realismo expresionista español. Realismo que en nuestro tiempo arranca de Goya, sigue a través de Nonell y Solana, y se continúa en Zabaleta, como figuras cumbres, sin perjuicio de algún otro nombre significativo. La actitud denota cierto paralelismo sicológico entre quienes la reflejan. De Goya se dice que fue un pintor torpe pero que su torpeza no era, naturalmente, signo del inepto sino del genio. Parece ser que por esta torpeza fue rechazado en dos concursos para el ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid. En Zabaleta se dan parejas circunstancias sicológicas. Pintor nato, de vocación profunda y realizaciones constantes incluso desde su infancia, su obra no se ofreció nunca como rápida y fácil, sino como ruda, tosca y, a veces, torpe. Pero también aquí la torpeza era signo de genialidad. Esta tosquedad de labriego, esta rudeza de hombre de Quesada, le sirvió para acentuar los caracteres y los rasgos, para poner los signos de sus formas deformes al servicio de la expresión humana y profunda, que fue el norte esencial de su pintura.

"Bodegón", 1935 (67 x 52'5).
Zabaleta y Cezanne. – De la circunstancia vivida por Zabaleta surge una obra a la que se le han asignado múltiples antecedentes – Cezannne, Solana, Picasso - , válidos en cierto modo pero que no deben inducir a confusión, porque se trata de una obra en la que si  se reciben y sintetizan múltiples experiencias del arte de nuestro tiempo, lo más acusado de élla son sus caracteres propios. Cuando después de su primera exposición, Zabaleta lleva a Eugenio d`Ors un ejemplar de la obra de éste sobre Cezanne para que se la dedique, Eugenio d´Ors sin vacilar, estampa la siguiente dedicatoria: “A Rafael Zabaleta, Cezanne de España”. Posteriormente  Eugenio d´Ors va a insistir en el paralelismo. Pero no se trata de una semejanza elemental. De igual modo cuando Eugenio d’Ors dice que en Picasso se encuetra en potencia un nuevo Rafael, al comparar a Zabaleta con Cezanne, no pretendería asignarles un significado histórico semejante, ni una aproximación general de la obra de ambos, sino señalar un paralelismo de actitudes y caracterisiticas. En cierto modo, una continuación de la antorcha encendida de la pintura moderna, que cronológicamente puede enlazarse con la muerte de Cezanne, en 1906, y el naciminento de Zabaleta, al año siguiente.

"Titiriteros", 1934 (97 x 100).
Zabaleta y Picasso. – La más singular de las comparaciones que Eugenio d´Ors hizo de la obra de Zabaleta es la que, de manera implícita, cabe deducir de los juicios a su obra en entusiasmo ascendente, y de los formulados en torno a la obra de Picasso, que van del máximo fervor a la decepción más desolada. No comparto la crítica de Eugenio d´Ors sobre Picasso. En mi libro “Picasso 85” analizo al hombre y la obra desde una opinión entusiasta. Pero considero muy significativo el estudio del pensamiento orsoriano, al trasladarlo de Picasso a Zabaleta. Porque asi como la trayectoria crítica de Eugenio d´Ors sobre Picasso resulta dramática, la seguida en torno a la obra de Zabaleta es un camino de euforia y de optimismo.

En Zabaleta encuentra Eugenio d´Ors todo lo que había pedido a Picasso y Picasso no le había dado. El entusiasmo de Eugenio d`Ors por la pintura de Zabaleta es único por su persistencia y por su intenisidad; de tal manera que sus pensamientos en torno a Zabaleta pueden ser considerados como la clave de lo que para él debería ser la pintura de su tiempo. No olvidemos que, según d`Ors, la suma de valores en la obra de arte no podía lograrse por caminos pluriformes, sino a través de un camino único, de acuerdo con una ideología determinada. El caso de Zabaleta, uno de los aspectos más singulares, en relación con esta identidad entre crítico y pintor, es la circunstancia  de que al llevar el pintor su obra hasta lo que para el critíco constituia una maxima expresión, no había recibido aún la lección personal del critico. El entusiasmo de Eugenio d`Ors ante la pintura de Zabaleta es el reflejo de la plenitud con que en ella se dan los principios considerados por él como la clave de toda obra de arte. La aplicación de aquellas ideas a esta realidad les da una precisión muy superior a que suponen por sí solas, ya que el autor de los principios, el propio legislador, es quien determina su concreta aplicación práctica. Se podrán aceptar aquellos principios o rechazarlos. Pero si se aceptan, o si se estiman como normas de  valor, habrá de reconocerse que nos encontramos ante una interpretación  autentica de los mismos, en su aplicación al caso de Zabaleta. Para Eugenio d`Ors la pintura de Zabaleta se ajustaba a ciertos cánones, seguía métodos próximos al concebido por él como ideal. No obstante, creo que la cuestión no radica ahí. En todo caso, hubiera sido un “hablar en prosa sin saberlo”, porque lo que Zabalata hacía era volcar en la pintura su pasión ardiente, su vitalidad, su sabiduría y su inocencia.

"Interior campestre", 1944 (100 x 81).
En la actitud de Eugenio d`Ors sobre Zabaleta hay una hipérbole necesaria. En un clima poco propicio a la revelación y al adecuado señalamiento de los valores estéticos, la voz alta, el grito incluso – la hipérbole es una forma de gritar – resulta obligada para dejar las cosas en su sitio. Ahora ya no lo es, proque el lugar que a Zabaleta corresponde lo ocupa, o esta en camino de alcanzarlo, en la proporción adecuada. La labor de proselitismo ha de convertirse ahora en una labor de análisis. La obra de Zabaleta ha de ser estudiada con la serenidad y con la objetividad que corresponde a un producto destacado, cerrado ya, de la cultura de nuestro tiempo.

"Volatineros", 1914 (100 x 81).
Zabaleta y Solana. – De todos los pintores conocidos por Zabaleta  personalmente, con quien más identificado se sentía era con Solana, sin perjuicio de su profunda admiración hacía Picasso. En el carácter sobrio y austero de Solana, en su pintura recia y cerrada, incluso en sus textos literarios eminentemente populares, Zabaleta se encontró hondamente reflejado. La pintura de ambos ha sido considerada como la representación del austero y bronco expresionismo castellano. Sin embargo, Solana, aunque nace en Madrid, es de padres santanderinos; y Zabaleta, nació en Quesada, es de familia paterna vasca. Y se da un hecho singular y curioso respecto a la apreciación de su obra. El verdadero e inicial triunfo de ambos pintores tuvo lugar en Barcelona. En 1929 obtiene Solana la medalla de oro de la Exposición internacional. En Madrid sólo pudo conseguir una distinción semejante a titulo postumo, en 1945. Rafael Zabaleta, después de su primera exposión en Madrid, en 1942, acogida por la crítica con reticencias y reservas, salvo escasas excepciones, obtiene un claro y resonante triunfo en Barcelona, en su primera exposición celebrada en 1947.

Cabe señalar en Solana un camino, en cierto modo, uniforme, y dentro de él una penetración y una agudización excepcionales en los caracteres reflejados. En Zabaleta puede advertirse una mayor diversidad temática y de actitudes. El expresionismo de Solana es básicamente escultórico: el de Zabaleta fundamentalmente arquitectónico. La esencia de las formas solanescas se refleja en la rotundidad de su piel externa; las de las formas zabaletianas en la estructura, muchas veces esquemática, de sus contrucciones. Ni en Solana ni en Zabaleta las distorsiones  del expresionismo llegan a la deformación de otros pintores seguidores de esta tendencia, especialmente Picasso. Hay tanto en Solana como en Zabaleta, una contención formal, en cierto modo neoclásica, que les impide ir más allá de ciertos límites en la agudización de las formas. En ambos, los volúmenes quedan cerrados y prietos, la construcción del cuadro acabada y total. Es como si deliberadamente se hubiesen impuesto ciertas límitaciones, o como si  estas limitaciones les resultaran inevitables. En este sentido, la afirmación de Camón Aznar, de que en sus límitacines encuentra Solana su grandeza, puede aplicarse también a Zabaleta. 

"Arlequín y Pierrot", 1947 (81 x 81).
Periodo formativo. – Cabe referirse a la pintura infantil a Zabaleta, ya que desde niño pintó constantemente. De igual modo cabe hacerlo respecto a las obras propias de su aprendizaje en los primeros años de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Pero en esta obra, de la que quedan muy escasos ejemplos, apenas si se revelan caracteristicas especiales. Es precisamente a partir de los últimos años de estudio en la Escuala de Bellas Artes de San Fernando, desde 1930 a 1936, cuando puede hablarse de un perido formativo original en la obra de Zabaleta. Por entonces Zabaleta ha descubierto la esencia de la pintura moderna y utiliza ampliamente su libertad de expresión.Se entrega de lleno a imitar el arte que trata de estudiar y desentrañar. Su obra tiene una gran diversidad de manifestaciones, aunque en ellla se adviertan las disciplinas, el método, y el rigor en él caracteristicos. Las pocas obras que quedan de aquel periodo son muy importantes para el estudio de su personalidad. Obras surrealistas, en las que Zabaleta trata de reflejar los recuerdos de su infancia, a través de las formas que tanto le inquietaban, desde las reproducciones de la revolución  surrealista. Aunque archivada ya la actividad más febril de la experiencia cubista, Zabaleta ensaya también reiteradamente los perfiles geométicos del cubismo sintético, tras las formas reflejadas por sus maestros predilectos. La áspera violencia expresionista, por último tenía sus apoyos en manifestaciones más próximas por él conocidas. Junto a tales actividades, Zabaleta realiza excursiones por los campos de la sierra de Cazorla y copia del natural, con la técnica adquirida tras un largo aprendizaje. Se trata de un periodo claramente formativo en el que lo característico es la pasión y el entusiasmo con que se traslada de un arlequín picassiano a un bodegón solanesco, de una composición cubista, a lo Juan Gris, pasada por el agua de Quesada, a un hormbre en la ventana partido por la mitada en recuerdo del primer poema surrealista.

"Campesinos", 1947 (81 x 100).
Expresionismo sombrío. – A partir de 1940, tras el dramático período de la guerra, comienza en la obra de Zabaleta una etapa nueva. Vuelve  de nuevo a su mundo, a su paisaje de Quesada y sus hombres. Pero este mundo atraviesa por entonces una circunstancia especialmente díficil. La obra de Zabaleta adopta tonos sombríos, figuras herméticas, gestos hoscos. La diversidad se manifiesta también en este perido, aunque en escala menor. Se acusa apartir de entonces una atracción especial
 hacia la tierra con sus labriegos y sus hombres. Va a ser esta la constante esencial de su obra posterior, sin perjuicio de que, con frecuencia y con más o menos acierto, escape a otros lugares o se remita a paisajes o visiones del mundo de los sueños de su infancia, de la vida de la ciudad. Dentro de aquella constante de la obra zabaletina, este periodo del expresionismo sombrío, que llega hasta 1950, se caracteriza por la aspereza y fuerza contenida de las formas, por los tonos moderados, fríos, de sus colores. Se trata de una obra recia y fuerte, sin audacias en el color ni en las deformaciones. Formas volumétricas bien cuidadas, tonos moderados, disposión equilibrada. En la elaboración de sus cuadros, Zabaleta sigue un orden lógico igual: dibujo-boceto de pequeño tamaño, como concepción de la obra, en primer lugar; seguidamente, traslado del boceto al lienzo, como gestación de la misma; por último, aportación del color y el volumen como nacimiento definitivo. El lienzo queda cubierto con minuciosidad y detalle. Cada obra es un mundo cerrado y completo en el que no hay porciones segundarias.

"Pintoras y modelo", 1955 (81 x 100).
Expresionismo rutilante.- La  última etapa de la obra de Zabaleta, que comprende la dé­cada de los años cincuenta, tiene como más importante la estancia en París, durante dos meses, en el año 1949. Llega esta feliz ocasión de nuevos conocimientos, de nuevas medita­ciones, en un momento oportuno. En la obra de Zabaleta ha comenzado a acentuarse la inten­sidad del color y la simplificación de la forma. En París contempla con calma la obra de los museos y la de varios estudios de nuevos amigos. Tiene la dicha de examinar, junto al autor, gran número de obras de Picasso. Su es­píritu crítico refrena muchos entusiasmos. De todo aquello extrae importantes consecuencias. A partir de entonces, las formas de su pintura van a adquirir una mayor simplificación for­mal; los colores cobrarán un vigor más puro y más esencial; los temas ascenderán en un sentido simbólico. Un conocimiento más pro­fundo de las nuevas técnicas artísticas le lle­vará, de otra parte, a realizar un peculiar sincretismo de los elementos esenciales de la pintura moderna. El análisis de la obra ajena lo realiza ahora Zabaleta desde un mundo propio y desde unas posiciones plásticas plenamente maduradas.

"Formas y tierras de secano",1952 (81 x 100).
Coincide este período último de la obra de Zabaleta, con una etapa relativamente polémica en el arte español, entre la pintura figurativa (con referencia a la figuración moderna) y la pintura abstracta e informalista. Los éxitos de ésta en el campo internacional, la aparición de figuras de gran valía, hacen que la atención del mundo cultural español, por reflejo del internacional y por las circunstancias expuestas, se inclinen hacia el fenómeno más nuevo y más enigmático de la abstracción informalista. Zabaleta siente ciertas tentaciones, pero se queda en la exaltación de los arabescos de su pintura, en la creación de ciertas formas rítmicas con muy esquemática figuración. En el deseo de escapar a las formas con las que su pintura alcanza su perfil universalista, traslada, a veces, al lienzo algún recuerdo de bañistas santanderinas en bikini o esquematiza con exceso algún bodegón sin referencia concreta. Le parece que así deja de ser un pintor rústico para ser un pintor de ciudad. Es como una veleidad de la que, por lo común, no sale bien parado. Pero la vitalidad, la entrega y la penetración siguen en sus temas quesadeños, transfigurados ya plenamente. La obra fundamental de esta última etapa, tan acertadamente, calificada de pintura rutilante, es la que insiste en sus temas de los campesinos, de las montañas de la sierra de Cazorla, de los animales salvajes o domésticos. Aunque en su abstracción mental, cada vez más acentuada, convierta aquella viva referencia en un simple apoyo para alcanzar expresiones de excepcional valor y precisión.


"El carro", 1958 (100 x 81).
Zabaleta tuvo conciencia de que muchas de las obras por él realizadas, en distintos períodos, no eran más que ensayos o ejercicios que tenía que destruir. A diferencia de Picasso, que estima su obra como un río en el que tanto valen las gotas más puras y cristalinas como las impurezas más deleznables, Zabaleta entendió que su obra debía quedar limitada a las realizaciones en las que había llegado, en su riguroso entender, a la plenitud de calidad, autenticidad y significación. Todo lo que pudiera constituir ensayo, ejercicio o frustración, debía desaparecer. Tan discutible proyecto suyo no pudo ser llevado a cabo por su muerte repentina. El conjunto de la obra de Zabaleta que nos queda (aproximadamente quinientos óleos, y una cantidad análoga de dibujos, además de algunas acuarelas, cuatro collages, y unos textos literarios), ha llegado a nosotros sin el rigor selectivo que su autor se proponía. Lo que para él eran ensayos que no merecían conservarse, constituyen hoy, para nosotros, medios de conocerle mejor y apreciar más adecuadamente la trascendencia del núcleo esencial de su obra, reveladora de una de las más acusadas personalidades del arte español de nuestro tiempo.

   
Cesáreo Rodríguez-Aguilera Conde


                                                                 



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